Tal vez dos sean mejor que uno.

Se quedó mirándome, sentado en el banco, mientras yo me columpiaba como una niña pequeña. Sonrió, esbozando aquella sonrisa que tanto me gustaba. De un salto, aterricé en el suelo con la misma agilidad y precisión que una acróbata de circo.

Echaba de menos hacer eso —murmuré, dirigiéndome hacia él.

—¿Te has hecho daño? —me preguntó, aparentemente preocupado. Sabía perfectamente que no me había hecho nada.

 —Qué va.

Me senté a su lado sonriendo, y él, instantáneamente, me devolvió la sonrisa. Así funcionábamos; éramos como un mecanismo. Uno no podía dar un paso sin saber que el otro  también lo daría.
.
Sin más preambulos, le abracé, apoyando la cabeza en su pecho y aspirando disimuladamente su olor. Le echaba de menos. Definitivamente, sí, le seguía queriendo y extrañaba no estar con él, oír cómo me decía que me quería, sentir sus brazos al rededor de mi cuerpo. La forma en que me tocaba, como si yo fuera frágil, capaz de romperme en mil pedazos; su risa, entremezclada con la mía mientras hablábamos de cualquier tontería; cuando nos enfadábamos por estupideces y al día siguiente nos pedíamos perdón como dos tontos enamorados.

Me devolvió el abrazo, estrechándome contra él y suspirando. Deseé que aquello durara para siempre o, que al menos, no fuera un sueño.

Titubeando, me atreví a preguntar:

—¿Me quieres?

Se separó de mí despacio y nos miramos a los ojos. Estaba preparada para cualquier contestación, incluso si me decía que no, que ya me había olvidado y que quería a otra.
 
Tardó en contestar, y yo esperé sin mostrar ningún signo de impaciencia a pesar de que el corazón me funcionaba a mil por hora.

—Sí —dijo al fin.

—¿Cuánto?

—Mucho.

—¿Mucho?

—Más que eso.

—Pero no quieres que estemos juntos —comprendí. Miré hacia otro lado, incapaz de sostenerle la mirada por más tiempo. Notaba cómo los ojos se me humedecían poco a poco a medida que transcurrían los segundos y él se quedaba callado sin decir nada.

Continuó callado, y supuse lo que estaría haciendo: apretando la mandíbula para no decir lo primero que se le viniera a la cabeza y frunciendo el ceño, analizando mis palabras con cuidado.

—No es eso —repuso hoscamente.
 
—¿Qué es, entonces?

No me atreví a mirarle.

—¿Qué pasa si me tengo que mudar de nuevo? No quiero volver a hacerte daño.

—Mira —soné más enfadada de lo que pretendía estar. ¿Frustrada, tal vez?—, te quiero. Siempre lo he hecho. Y no sé lo que va a ocurrir. No lo sé, ¿vale? Lo único que sé es que quiero estar contigo, y me da igual que te quedes aquí aunque sea sólo por un día. No me importa. No sé lo que piensas sobre todo esto, porque hablamos como si no ocurriera nada cuando pasa de todo.

—Yo no quería irme —alcé la vista hacia él y reprimí las lágrimas que insistían en salir—, pero no tuve elección. E hice lo que hice porque saber que estarías aquí, esperándome, dolía mucho más que echarte de menos. Quisiera que las cosas no fueran así, desearía haverme quedado, pero no podía. Y no sé cuánto tiempo podré quedarme —añadió con tristeza.

Me acerqué a él y le agarré de la camiseta por el pecho. Fue un impulso que hizo mi cuerpo, no yo. Se tensó en respuesta a mi atrevimiento. Agaché la vista por si, al hablar, se me escapaba alguna lágrima. 

—Intentémoslo otra vez, por favor —le rogué con voz quebrada.

—Yo... No sé.

—Por favor —insistí.

—No lo sé. Es... complicado.

—Si te pido una cosa, ¿la harás?    

—¿El qué?

Le miré a los ojos y el corazón amenazó con salírseme del pecho por un instante.

—Bésame —susurré.

Colocó una mano en mi mejilla y cerré los ojos cuando sus labios presionaron dulcemente los míos. Envolví su cuello con ambos brazos y le atraje hacia mí, conviertiendo aquél tímido beso en algo un poco más salvaje. El beso fue único y distinto de mil maneras diferentes de los demás, como si estos últimos meses los hubiera pasado en un centro de desintoxicación y ahora volviera a probar el gusto de la heroína.

Puse mi frente contra la suya y le miré fijamente a los ojos, sonriente. Los suyos estaban teñidos de una brillantor que quitaba el aliento. También sonreía.

—¿Lo ves? —murmuré despacio—. No era complicado.








Éste relato está basado en hechos reales. Cualquier parecido con la realidad no es pura coincidencia.

1 comentario:

  1. Que hermosura lo que contas, es muy tierno, pero a la vez algo triste :(
    Un beso, te sigo :)

    ResponderEliminar